Creo que ha llegado el momento de cambiar de casa. Todo tiene un principio y un final. En este momento de nuestras vidas tenemos la necesidad de vivir en un piso un poco más grande tras unos años ajustándonos a espacios reducidos. Tuvo su gracia, pero el chiste se acabó. Una de las cosas que también me motiva para cambiar de casa es perder de mi vista a nuestro casero, una de las personas que más me ha conseguido sacar de quicio de la historia.
Recuerdo que al principio de llegar a esta casa hubo que llamar a una empresa de rehabilitación porque nos la había colado. Él dijo que no tenía ni idea y tuvimos que creerle. El problema fue con la calefacción… y luego con el aire acondicionado.
Cuando nosotros entramos a vivir en el piso, este señor nos comentó que acababa de hacer una reforma en la calefacción, que la había mejorado colocando otro radiador extra. Muy bien, pensamos. Pasaron unos meses hasta que empezó el frío y pusimos en marcha la calefacción… sin éxito.
Y entonces empezó una larga agonía. Primero tuvimos problemas con la empresa de climatización que trabaja en el edificio. Revisaron las instalaciones externas y no acabaron de dar con el problema. Como el casero nos juró que él lo había renovado todo justo antes de entrar, asumimos que el problema era de las instalaciones de fuera, pero no…
Finalmente, un trabajador de esa empresa pidió revisar la casa y su instalación y descubrió que la obra era un desastre. Había que rehacerlo todo porque no se adaptaba a la instalación central. Y hubo que acudir a una empresa de rehabilitación para abrir las paredes y hacer obra… con nosotros viviendo allí.
Cuando llegó el verano descubrimos que el aire acondicionado tampoco funcionaba bien. Hubo que limpiar los filtros, cambiar el panel de control, etc. Y justo después la nevera dijo basta. Así que cuando cambiemos de casa, estrecharé la mano del casero y respiraré aliviado porque va a ser muy difícil que el siguiente sea tan incompetente.