Cuando llegas a una nueva casa, tienes una mezcla de sensaciones. Por un lado, pensamos en las posibilidades que se abren y, por otro, en la cantidad de trabajo que queda por hacer. A mí me cuesta bastante adaptarme a los cambios, especialmente en mi entorno físico. Por trabajo, suelo pasar bastante tiempo en casa ya que mi oficina es, a menudo, mi hogar. A veces, me comparo un poco con un gato que revisa hasta el último milímetro de cada objeto nuevo que llega a su entorno.
Al igual que los gatos necesito más tiempo de lo habitual para acostumbrarme a los cambios. Por eso, no llevo del todo bien los cambios de casa aunque a veces sean imprescindibles. Sé, por experiencia, que en unas semanas (o meses) estaré más que adaptado a la nueva casa, pero mientras esa adaptación se asienta, me siento un poco ansioso.
Me pasa, por ejemplo, cuando llego al dormitorio y compruebo que todavía hay cajas sin abrir y en las que no sabemos ni lo que hay. O cuando echo un vistazo a las ventanas y me doy cuenta de que no tenemos cortinas. Necesitamos unas cortinas a medida porque se trata de un mirador de construcción bastante especial. No sirve cualquier cortina. Además, nos gustaría que tuviera una decoración original, así que nos tocará gastar un poco más de la cuenta.
Y es que debemos amueblar y decorar un dormitorio desde cero. No tenía nada cuando llegamos y no estamos acostumbrados a esto. Es verdad que teníamos claro que esta vez queríamos una casa sin amueblar para ponerla exactamente a nuestro gusto, pero quizás no nos dimos cuenta en un principio del trabajo (y del dinero) que iba a costar. También es verdad que nuestra intención es aprovechar todo esto para el futuro, pero el futuro ya llegará, ahora estamos en el presente.
Lo de las cortinas a medida es tan solo un ejemplo de la situación. Comprar unas cortinas conlleva tomar medidas, elegir el tipo, visitar algunas tiendas y/o mirar por internet, acertar con la compra, colocar las cortinas… y acostumbrarse a ellas. Lo dicho, soy como un viejo gato cascarrabias…