Las estaciones de transporte siempre me han gustado, me gustan las estaciones de tren, las de autobús y los aeropuertos. Me divierte ese trajín de personas de aquí para allá, muchos con ‘cara de velocidad’, otro con una sonrisa de oreja a oreja, y otros muy serios, como si embarcasen en un vuelo para solucionar el mundo. Por su gesto, casi se puede adivinar cuál es el objetivo de su viaje.
Por motivos laborales yo nunca he tenido que coger un vuelo, así que no sé lo que se siente. Mi hermano trabajó durante años para una empresa que lo obligaba a viajar lejos bastantes veces al año y que siempre comentaba que al principio le hacía sentir bien. Llegar con el coche desde casa, dejarlo en el parking terminal 2 barajas y buscar su puerta de embarque. Aunque eran viajes de trabajo, no solían ser muy estresantes y le gustaba, sobre todo porque los destinos solían estar muy bien: Londres, París o México.
Pero después lo ascendieron y la cosa se complicó. Los viajes eran más frecuentes y tenía mucha más responsabilidad. Al final, llegó a detestar los aeropuertos, todo el día de aquí para allá alejado de la familia. Porque al final casi todos trabajamos más de lo que nos gustaría, pero al terminar la jornada estamos en casa. Pero las personas que trabajan mucho fuera de casa, al terminar la jornada se van al hotel y no ven a la familia.
Así que creo adivinar en las caras de algunas personas que transitan por el aeropuerto esa clase de viajeros que cogen vuelos para trabajar, seguro que muchos como mi hermano dejan el coche en parking terminal 2 barajas si vienen de lejos y luego se van a buscar su puerta de embarque sin mucho espíritu. Y, luego, estamos los de la sonrisa de oreja a oreja, los que nos vamos de vacaciones y lo miramos todo como si fuese la primera vez. Porque a mí me encantan los aeropuertos ya que son sinónimo de vacaciones lejos de casa. Y es que yo no la echo de menos… porque mi casa es también mi oficina.