En la época en la que iba al instituto, había por la zona de mi instituto un señor alcohólico que siempre iba con un cartón de vino en la mano. Daba igual a que hora fuese siempre iba con el cartón de vino de la misma marca. Siempre nos preguntábamos porque siempre andaba rondando por nuestro instituto y con el paso de los años nos enteramos que vivía con su abuela en una casa no muy lejos de nuestro instituto. La abuela no le dejaba entrar en la casa. Le tenía preparado el bajo de la casa para que viviese allí, porque la señora estaba cansada de los cristos que le montaba en casa y de que le robase cosas para venderlas y no tuvo otro remedio. Eso sí, la señora le dejaba todos los días la ropa limpia en las escaleras de la casa para que su nieto no fuese tan desaliñado.
Supongo que este señor ya habrá muerto de cirrosis o de metastasis en el higado, porque el ritmo de vida que llevaba no era normal y no tenía ninguna pinta de que tuviese la más mínima intención de cambiar de estilo de vida. Por desgracia esto pasa demasiado a menudo y constantemente te puedes encontrar con personas que se han rendido y solamente piensan en emborracharse a toda costa. Es muy triste que haya gente así, pero cada uno en la vida tiene que saber hasta dónde puede llegar.
Mucha gente así acaba por asistir a alcohólicos anónimos, más que nada porque no les queda otra opción, a no ser que quieran morir prematuramente, ya que el alcohol te va consumiendo por dentro. Aunque no sé si en esas sesiones de alcohólicos anónimos las personas que acuden acaban curándose porque a decir la verdad, el no beber depende exclusivamente de la persona afectada y a no ser que le haya pasado algo traumático mientras estaba bebiendo es muy complicado que mejoren. Para que alguien que tenga una enfermedad de este estilo quiera curarse, lo más importante es que esa persona quiera de verdad curarse y dejar de beber.